martes, 18 de noviembre de 2014
INFORMACIÓN ADICIONAL SOBRE PÍO BAROJA Y SU OBRA (del libro de texto de la editorial Akal)
1. VIDA Y PERSONALIDAD
Pío Baroja y Nessi nació en San Sebastián en 1872.
Debido a la profesión de su padre (ingeniero de minas), cambió varias veces de
residencia en su infancia y juventud: Pamplona, Madrid, Valencia. En esta última
ciudad acabó la carrera de Medicina, que había comenzado en 1886 en Madrid. Se
doctoró en 1893 con una tesis sobre las consecuencias psíquicas del dolor (El dolor:
estudio de psicofísica), tema que por sí solo revela las preocupaciones del joven Baroja.
Ejerció como médico en Cestona (Guipúzcoa), pero el trabajo no lo satisfacía y lo dejó
muy pronto. En 1896 estaba de nuevo en Madrid y era ya por entonces asiduo
colaborador de diversos periódicos. En 1899 visitó París, donde entró en contacto con la
vida bohemia de fin de siglo. Al año siguiente, publicó su primer libro, el volumen de
cuentos Vidas sombrías, y a partir de ese momento se considera un escritor profesional
y trabaja sin descanso: sus novelas, cuentos y artículos diversos se suceden de modo
incesante. Muy conocido ya, desarrolló también una notoria actividad política, como
gran parte de los escritores coetáneos: firma el ya comentado Manifiesto de los tres
(1901), expresa ciertas simpatías por el anarquismo, escribe artículos sobre la actualidad
política en la prensa y entre 1909 y 1911 milita en el Partido Republicano Radical de
Lerroux. Aunque intervino en mítines y actos colectivos, el talante individualista y ético
de Baroja se avenía mal con las miserias de la política cotidiana:
El escritor quería militar en un partido de agitación intelectual, en tanto que el líder
radical aspiraba al ejercicio del poder mediante una política acomodaticia. Baraja,
investido de la mayor pureza radical, actuaba movido por los resortes de un
individualismo que, en ciertas circunstancias, funcionaba como una efectiva señal de
alerta frente a las indignidades colectivas.
[Cecilia Alansa: Intelectuales en crisis. Pío Baroja, militante radical]
En 1909 se presentó a las elecciones municipales porMadrid y en 1918 pretendió sacar
un acta de diputado por Fraga (Huesca), pero fracasó en ambas ocasiones.
Durante años, la vida de Baroja transcurre entre Madrid y Vera de Bidasoa (Navarra),
donde en 1912 había comprado un viejo caserón. Además, viaja a menudo por diversos
lugares de España y sale también bastantes veces al extranjero, sobre todo a París. De
todos los lugares que conoce van quedando huellas en su obra literaria. Desengañado de
la actividad política, su presencia en la vida pública es cada vez menor: no participa
activamente ni en la oposición a la dictadura de Primo de Rivera ni en el advenimiento
de la República. En 1934, es elegido miembro de la Academia Española. El comienzo
de la Guerra Civil lo sorprende en Navarra y, atemorizado, pasa a Francia. Pero en 1937,
tras realizar diversas gestiones, los militares sublevados le permiten volver a Vera.
Aunque las penurias económicas lo obligan a marchar de nuevo a París, la inminente
llegada de los nazis a la capital francesa lo trae de nuevo a España, donde permanecerá
ya hasta su muerte, en el año 1956. En estos años, el Baroja anciano escribe sus
memorias, en las que, significativamente, atenúa u oculta sus períodos de participación
activa en la política española. Pero su entierro en el cementerio civil de Madrid es un
hecho relevante por contraste con la España nacional-católica del franquismo.
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Ya en su época se insistía en ciertos rasgos característicos de la personalidad de Baroja,
como su hipersensibilidad y una timidez casi enfermiza. Sin embargo, ello no fue
obstáculo para que el retraído escritor se expresara habitualmente con una sinceridad
rayana en ocasiones en la provocación. Rehuyó las relaciones sociales no
imprescindibles y fue un proverbial solitario:
Autodefinido como «pajarraco del individualismo», su actitud general fue la del
pesimista implacable y empedernido individualista con un soberano desprecio por todo
lo que significase mediocridad; mostró su insobornable rebeldía contra todo lo que
creía falso e inauténtico.
[Ángel Basanta: La novela de Baroja]
Su carácter hosco y, a veces, frío y cínico ocultaba, sin embargo, una ternura que muy
de cuando en cuando se advierte en ciertas anécdotas personales y, dentro de su obra
literaria, en el trato delicado que dispensa a algunos de sus personajes, sobre todo a los
más desvalidos.
2. SU OBRA LITERARIA
Baroja fue primordialmente un narrador, el novelista por antonomasia de su época. No
obstante, hizo también incursiones en otros géneros literarios. Así, escribió un libro de
versos, Canciones del suburbio (1944), y algunas obras teatrales poco significativas.
Mayor interés tienen sus libros de ensayo, como el titulado Juventud, egolatría (1917),
indispensable para conocer el pasado de su autor y para entender algunas de las
características de su obra literaria. Imprescindibles, en este sentido, son también sus
Memorias, cuyas entregas semanales empezaron a aparecer desde 1942 en una revista
bajo el epígrafe de Desde la última vuelta del camino. Se publicaron luego en siete
volúmenes a partir de 1944. En ellas, el viejo novelista desgrana recuerdos y aventura
opiniones de todo tipo. Aunque a menudo caóticas y muchas veces superficiales, son un
documento inapreciable sobre el temperamento e ideas de Baraja y sobre la época que al
escritor le tocó vivir.
Pero, sin duda, la faceta literaria en la que el autor vasco brilla con luz propia es la de la
narrativa. Su fecundidad en este género lo aproxima a Galdós: escribió casi una decena
de libros de cuentos y relatos breves y más de sesenta novelas. En esta vasta producción
pueden señalarse cronológicamente dos etapas, según las distingue el mismo novelista
en sus Memorias:
Una, de 1900 a la guerra mundial; otra, desde la guerra del 14 hasta ahora. La
primera, de violencia, de arrogancia y de nostalgia; la segunda, de historicismo, de
crítica, de ironía y de un cierto mariposeo sobre las ideas y sobre las cosas.
A estas dos épocas cabría añadir una tercera, la correspondiente a los últimos veinte
años de vida del autor.
La primera etapa es la más importante literariamente. Aparecen en ella las obras más
significativas de Baroja: Camino de perfección (1902), El mayorazgo de Labraz (1903),
la trilogía La lucha por la vida (La busca, 1904; Mala hierba, 1904; y Aurora roja,
1905), César o nada (1910), El árbol de la ciencia (1911)… Sus protagonistas, que, en
muchos rasgos, son trasunto biográfico del escritor, se caracterizan por su inadaptación
y su enfrentamiento con el mundo. En esta época escribe también algunas novelas de
acción y aventuras que preludian lo que luego será su modelo de novela más frecuente:
Zalacaín el aventurero (1907), Las inquietudes de Shanti Andía (1911).
En la segunda etapa publica Baroja numerosas obras que insisten en los modos y
técnicas narrativas ya ensayados anteriormente. A estos años pertenecen novelas como
La sensualidad pervertida (1920), El gran torbellino del mundo (1926), Los pilotos de
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altura (1929), La estrella del capitán Chimista (1930), El cura de Monleón (1936). Pero
lo más ambicioso de este período es el intento de Baroja de escribir novela histórica, un
poco en la estela de los Episodios nacionales de Galdós y al igual que por los mismos
años hace Valle-Inclán con la guerra carlista. Aunque de modo muy distinto a Galdós y
Valle, también Baroja se interesa por la historia española del siglo XIX y a ella dedica
las veintidós novelas que integran la serie Memorias de un hombre de acción (1913-
1935). Tienen cierta unidad por el tema y el ambiente y por su protagonista, Eugenio de
Aviraneta, antepasado de Baroja, conspirador liberal y espía, que participó en las
numerosas intrigas de la España de los reinados de Fernando VII e Isabel II. No
obstante, Aviraneta no aparece en todas las novelas, que casi siempre son autobiografías
de personajes secundarios, entrelazadas sólo indirectamente por el personaje central.
Después de la Guerra Civil, la capacidad creativa de Baroja decae. Pero no debe
olvidarse que ésta es la época en que escribe sus propias memorias, sin duda su obra
más importante de este período.
3. EL PENSAMIENTO DE BAROJA
No puede decirse que haya en Baroja un pensamiento verdaderamente estructurado, y
ello aun a pesar de que, al igual que otros escritores de su tiempo como Unamuno o
Antonio Machado, frecuentó la lectura de filósofos diversos. Pero, por talante personal,
estas lecturas fueron para él un estímulo vital y no las bases teóricas de un sistema
filosófico organizado. En general, Baroja suele tomar conceptos de aquí y de allá para
expresar con ellos un pensamiento personal, muchas veces contradictorio. Conoce, por
ejemplo, a Kant y a Nietzsche. De aquél deduce ideas como que «las maravillas
descritas por los filósofos eran fantasías, espejismos. Después de Kant el mundo es
ciego» [El árbol de la ciencia] o que los postulados de la religión «son indemostrables».
De Nietzsche le atrae su idea del hombre fuerte, enérgico, del ‘hombre de acción’
situado por encima de las convenciones morales. Sin embargo, el filósofo que
verdaderamente deja una huella profunda en Baroja es Schopenhauer y su concepción
de la vida como algo incomprensible e inabarcable, pero doloroso y cruel:
...aprende de Schopenhauer que la naturaleza de la vida es el sufrimiento y que el
sufrimiento es proporcional a la conciencia intelectual, y que toda acción tiende a
intensificarlo. La solución de Schopenhauer, de condicionarnos a la voluntaria
renuncia y resignación, y mediante la autolimitación aliviar el sufrimiento, y conseguir
la ataraxia (serenidad negativa basada en la comprensión y la indiferencia) se
convirtió en el ideal de Baroja.
[Donald Shaw: Baroja: angustia, acción y ataraxia]
La vida para Baroja carece, por tanto, de sentido, está sujeta al mero azar, y los seres
humanos son tipos peligrosos que no inspiran ninguna confianza, como explícitamente
dice en sus Memorias:
Por instinto y por experiencia, creo que el hombre es un animal dañino, envidioso,
cruel, pérfido, lleno de malas pasiones, sobre todo de egoísmos y vanidades.
Esta visión de un mundo cruel es también deudora de ciertas ideas muy extendidas a
finales del XIX, según las cuales la dinámica social es paralela a la de la Naturaleza, en
la que supuestamente el fuerte siempre aplasta al débil, por lo que, de modo simétrico,
la vida humana en sociedad sería una lucha constante por sobrevivir a costa de los
demás. Esta teoría, conocida como darwinismo social, muy presente en cierta literatura
naturalista, resulta lógica en una época como la de la segunda revolución industrial y la
expansión colonial, en la que se quiere presentar como natural que los pueblos
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superiores dominen a los inferiores o que las empresas competitivas arruinen a las
menos productivas. En Baroja, su propia formación científica como médico lo puso
pronto en contacto con Haeckel o Spencer, bajo cuya influencia consideró en términos
biológicos la conducta humana -como la supervivencia de los mejores- y la sociedad -
como el medio en el que se produce la lucha cruel entre los seres. Explícitamente, el
título de una de sus más conocidas trilogías, La lucha por la vida, expresa la huella en
Baroja de este tipo de pensamiento. Se entiende así la aspiración barojiana a la ataraxia,
a la abstención de actuar, pues toda acción es dañina y produce dolor, y más aún en los
seres sensibles y conscientes. De hecho, hay en la obra de Baroja un constante
enfrentamiento entre vida y pensamiento, pues los seres que más piensan son los que
más sufren:
El personaje central de las novelas de Baroja suele ser un intelectual decididamente
antiintelectualista, que achaca su fracaso en la vida, su insuficiencia biológica, y aun
su propia inexistencia, a sus hábitos de reflexión.
[Antonio Machado: Apuntes sobre Pío Baroja]
Este choque entre intelectualismo y vitalismo es también una idea muy de época, que
Freud denominó ‘el malestar en la cultura’, y está presente en Baroja no sólo en las
novelas de su primera época, sino también en sus últimas obras:
Quizá lo más agotador es la inteligencia; por eso los pueblos más estacionarios son los
más fuertes y los más brutos, y los hombres menos inteligentes son los que tienen más
seguridad en sí mismos.
[El caballero de Erláiz, 1943]
En consecuencia, el ideal schopenhaueriano de alcanzar la serenidad por medio de la
abstención y la autolimitación aparece constantemente en la obra de Baraja, y explica
incluso su admiración hacia el ideal opuesto del hombre de acción, que escoge un tanto
románticamente la vía contraria para escapar del mundo inmediato. Sin embargo, las
aventuras de héroes activos como Shanti Andía, Aviraneta o Zalacaín terminan también
en la nostalgia, el fracaso o la muerte absurda.
Para los inadaptados protagonistas de las novelas barojianas, el amor no suele ser
tampoco una solución, puesto que sólo es, como la religión, otra «mentira vital». Y en
cuanto a lo religioso, es, efectivamente, característico de Baroja su anticlericalismo y su
aversión hacia todo dogma, y especialmente hacia la religión católica, a la que no pierde
ocasión de fustigar con dureza.
En consonancia con sus ideas sobre el mundo aun cuando Baroja escribió numerosas
novelas históricas, su visión de la Historia es muy diferente de, por ejemplo, la de
Galdós: si en los Episodios nacionales lo importante es la evolución histórica y el
análisis de las fuerzas sociales y económicas que van condicionando su devenir, en las
novelas históricas de Baroja, aunque fruto de una elaboradísima documentación, la
Historia es arbitraria y accidental, en el fondo no cambia, es estática y siempre igual
(“una fantasía sin base científica”, según dice él mismo), puesto que los seres que
protagonizan los hechos históricos son en toda época idénticos: estúpidos, hipócritas,
egoístas...
Podría decirse, por tanto, que el rasgo esencial en Baroja es su pesimismo existencial, su
desconfianza en el hombre y en el futuro. Pero él mismo no parece resignarse a veces a
ese nihilismo radical. Así, su alter ego en El árbol de la ciencia, Andrés Hurtado,
aunque acaba suicidándose, es considerado en la última a línea de la novela como «un
precursor». Y el propio Baroja en sus Memorias se muestra de acuerdo con un
interlocutor que dice de él: «para mí, usted no es pesimista. De sus libros se desprende
una confianza en el porvenir.» Bajo el desengaño, escepticismo y desilusión, hay, pues,
una cierta esperanza de raíz romántica, que se advierte también en la minoritaria pero
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real presencia de personajes positivos en sus novelas: las gentes sencillas del mar, la
generosa María Aracil de La dama errante y La ciudad de la niebla, la Mari Belcha del
cuento homónimo, etc.
Políticamente, en su juventud Baroja muestra reiteradamente sus simpatías por el
anarquismo. Aún en 1917 afirma: «yo he sido siempre un liberal radical, individualista
y anarquista.» Sin embargo, esta misma definición nos sitúa el anarquismo de Baroja
muy alejado del anarquismo obrero pujante en las primeras décadas de la España del
siglo XX y del que Baroja se distancia ya en tempranas novelas como Aurora roja
(1905). Ciertamente, Baroja siempre sintió aversión hacia los movimientos de masas, y,
por ello, repudió el socialismo, el anarquismo, el comunismo o la misma democracia.
En realidad, como tantos otros escritores de la época, participa del regeneracionismo
radical finisecular y su presencia en 1901 en el Manifiesto de los tres así lo atestigua.
Pero lo característico de su ideología es su individualismo extremo y su desconfianza en
la acción política, incluso aunque él mismo interviniera en política en algún momento
de su vida. Ese individualismo, que en su juventud lo aproximaba a los grupos rebeldes,
republicanos y radicales, que postulaban la modificación drástica de un mundo que no
les gustaba, con los años, y al tiempo que sus decepciones personales fueron en
aumento, se convirtió en un escepticismo absoluto, bastante conservador en el fondo.
Así, pese a autodenominarse muchas veces como anarquista, su anarquismo no tiene
nada que ver con el de carácter internacionalista y obrero de los agitadores anarquistas
que no reconocen fronteras y actúan en esos años en los más diversos países europeos y
americanos, sino que sus preocupaciones se circunscriben a la España de la época, para
la que, de acuerdo con los regeneracionistas, anhela «un ideal patriótico, empujar
España hacia adelante» [César o nada]. Pero desde siempre concibe esa España de un
modo bastante tradicional y bien poco anarquista, según dice ya en 1904 en El tablado
de Arlequín:
Los que esperamos y deseamos la redención de España no la queremos ver como un
país próspero sin unión con el pasado; la queremos ver próspera, pero siendo
sustancialmente la España de siempre.
La posible contradicción que pueda existir entre esa prosperidad y la España tradicional
la reconoce el propio Baroja, y frente al atraso español propone como modelo los países
del Norte. Y es que otro rasgo muy barojiano es su admiración hacia lo germano-
escandinavo y su desprecio de lo semita e incluso de lo latino, haciéndose eco con ello
el novelista vasco de otra extendida idea de la época, también de raíz biológico-
evolucionista, según la cual las características raciales eran determinantes para los
rasgos de identidad generales de pueblos y naciones. España tradicional y germanofilia
se aúnan en Baroja no sólo en sus escritos de madurez sino en textos tan tempranos
como el siguiente de 1901:
Yo creo que el ideal es que la patria viva con su propia sustancia; pero de no ser así,
más vale para España que mire hacia el Norte y no hacia Levante [...] Lo que sería
España afrancesada lo podemos ver en Barcelona. Barcelona intelectual, Barcelona
catalanista o separatista, es la cremo de una capital de provincia francesa como Marsella
o Lyon.
4. TEORÍA DE LA NOVELA Y ESTILO DE BAROJA
Baroja, como escritor de su tiempo, toma enseguida postura ante la estética modernista.
En 1899, define el arte moderno como impresionista en su intención de producir
impresiones sencillas y vagas, lo que obliga al escritor al «rebuscamiento doloroso de la
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frase», porque cuanto más sencilla es la sensación, más difícil es expresarla. Por este
camino el arte se distancia de las pretensiones científicas del Realismo, pero gana en
sinceridad porque «habla sólo a la sensualidad y a la subconsciencia». Sin embargo, en
su búsqueda de la claridad y sinceridad, Baroja reprueba explícitamente en 1903 el
estilo brillante modernista como una moda más de París y defiende la espontaneidad del
escritor:
Para mí lo primero y más principal es que el escritor escriba con espontaneidad, con
personalidad, libremente y sin prejuicios gramaticales ni de ninguna clase. El escritor
debe echar mano, si lo necesita, de todo, de neologismos, de' palabras bárbaras, de
voces de germanía y de caló, de giros extranjeros. Éste será el escritor moderno, y si
sabe expresar todos esos recursos bien, tendrá estilo, será escritor y artista.
Ese deseo de naturalidad en el estilo explica el tono conversacional de las novelas de
Baroja, que rehuye siempre el registro académico, así como la idea de que la novela
debe carecer de un plan previo pues ha de ser semejante a la vida. Ahora bien, todo esto
no quiere decir que no haya una retórica barojiana:
Hay, parece, como un despojamiento estilístico y como una despreocupada
«naturalidad»: contar por contar, por el gusto de contar cosas de la vida en la forma
ca6tica en que se presenta [. . .) y en él se da ase mismo un especifico tratamiento: el
propio de la naturalidad, la cual constituye un método y hasta en ocasiones una
afectaci6n: un prurito estilístico precisamente [...] un estilo: el afectado estilo de la
naturalidad.
[Alfonso Sastre: Crítica de la imaginación],
Frente a la novela orgánica y cerrada característica del Realismo, Baroja propone una
novela abierta y cambiante. El género novelístico no tiene ya unos límites definidos,
sino que en una novela puede caber cualquier cosa, según dice en 1925 en el Prólogo a
La nave de los locos:
La novela, hoy por hoy, es un género multiforme, proteico, en formación, en
fermentación; lo abarca todo: el libro filosófico, el libro psico1ógico; la aventura, la
utopía, lo épico, todo absolutamente.
No obstante, cualquiera que sea el tipo de novela, rasgo fundamental de todas ellas para
Baroja debe ser su amenidad, lo que tiene importantes consecuencias formales:
Mi preocupación es hacer la novela poco aburrida, para lo cual dejo los capítulos
breves y los párrafos cortos. [Las horas solitarias, 1918]
Otras características de la novela barojiana que se relacionan con el deseo de entretener
al lector son la acción ininterrumpida, los rápidos cambios de escenario, la profusión de
personajes, la concentración de escenas dialogadas. Aunque es bastante frecuente el
ritmo lento en las novelas de Baroja, la sensación de vivacidad que producen tiene que
ver muchas veces con el recurso del viaje, puesto que casi todas ellas siguen el modelo
de la novela de viaje:
Se concentra en un personaje protagonista, al que se sigue en su recorrido. El autor
tiene la posibilidad de introducir una variada muestra de ambientes y espacios y
presentar una extensa galería de personajes secundarios, pudiendo, cada uno de ellos,
arrastrar su anécdota vital.
[Sergio Beser: Pío Baroja. «El árbol de la ciencia»]
Las novelas de Baroja no suelen ser fruto de un plan rigurosamente trazado y, muchas
veces, el personaje central es casi el único principio constructor de un relato con
apariencia de fragmentario. Habitualmente, son novelas contadas en presente y con
escasas vueltas atrás en el tiempo. El narrador está muy lejos del principio naturalista de
la impersonalidad; por el contrario, comenta constantemente los sucesos que narra y
adjetiva de forma concluyente a sus personajes (“aquel solemne y majestuoso idiota”),
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que quedan así perfectamente definidos antes de que el lector pueda formar una opinión
propia sobre ellos.
En muchos aspectos estas novelas son deudoras directas de los folletines decimonónicos,
de los que Baroja fue ávido lector: desfile incesante de personajes que aparecen y
desaparecen sin más explicación, gusto por la aventura; abundancia de crímenes y
episodios truculentos, ambientes misteriosos...
Estilísticamente, la prosa de Baroja es decididamente antirretórica: párrafos cortos,
frases breves, léxico común, reducido uso de los nexos sintácticos, etc. Esa preferencia
por un estilo natural y no artificioso, por la expresión sobria y directa, la explica
claramente el novelista en sus Memorias:
Yo, como todo escritor que quiere mejorar su obra, he probado varias veces a emplear
el adorno conocido por todos. He hecho ensayo, he suprimido «ques», he quitado
gerundios, he perseguido los asonantes, he puesto, donde estaba escrito «había nacido»,
«naciera», y al final no he hecho más que comprobar que esa especie de perfección,
que no es perfección, sino habilidad colectiva y mostrenca, no vale nada.
Cabe decir, en fin, que en la prosa de Baroja conviven desde episodios humorísticos,
que rayan frecuentemente en el sarcasmo, la burla o la caricatura, hasta pasajes de
subida intensidad lírica. Este lirismo se manifiesta sobre todo en evocaciones diversas y
en las descripciones paisajísticas, muy a menudo teñidas de intensa subjetividad. El
lirismo queda realzado por el impresionismo del autor:
Esos amplios horizontes que sirven de fondo a los distintos planos dibujados, el
cambiante colorismo de las cosas según el grado de luz,la manifestación de las
diversas sensaciones que le producen los objetos exteriores, los recursos capaces de
crear el efectismo de la sugerencia, todos esos aspectos marcan una clara tendencia
impresionista.
[Félix Bello Vázquez: Lenguaje y estilo en la obra de Pío Baroja]
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